Vale la pena hacer un breve comentario sobre los importantes conflictos ideológicos que tuvieron lugar a fines del SXIX y comienzos del SXX respecto del modo de implementación de las ideas socialistas, los cuales seguramente han tenido influencia en el pensamiento de Quiroule. La tradición utópica que en gran parte nutrió al socialismo tuvo gran desarrollo luego de la Revolución Francesa y antes del recrudecimiento de los avatares del proletariado, ya que el sistema derivado de la Revolución Industrial aún no se había implementado con toda su crudeza en los países desarrollados (jornadas laborales inhumanas, hacinamiento en las ciudades a partir de la desorganizada migración de la mano de obra desde el campo, aparición de nuevas enfermedades producto de la paupérrimas condiciones de vida y de lo que hoy conocemos como stress, aparición del producto estándar industrializado en detrimento de la artesanía del taller medioeval, etc.). Los pensadores del socialismo utópico no pueden ser leídos sin tener en cuenta lo anteriormente mencionado. Los trabajos posteriores de Engels y Marx se gestaron luego de la aparición de la clase obrera industrial (proletariado) desarrollando en profundidad el componente económico del problema a partir de una fuerte base científica aplicando ecuaciones matemáticas. Sin embargo el marxismo buscó abiertamente diferenciarse del “socialismo utópico” tildándolo de anacrónico y ensañándose especialmente con el cuasi contemporáneo Proudhon, agudizado este conflicto quizás también por un condimento político de rivalidad franco-germana: “…La situación se nos hace más clara aún cuando leemos lo que después de estallar la guerra escribe Marx a Engels en julio de 1870: “los franceses necesitan palos. Si triunfan los prusianos, la centralización del state power será provechosa para la centralización de la clase obrera alemana. Además la preponderancia alemana trasladaría de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero de Europa Occidental, y basta comparar el movimiento de ambos países, desde 1866 hasta la actualidad, para ver que la clase obrera alemana es superior a la francesa desde el punto de vista teórico y por su organización. Su preponderancia sobre la francesa en el escenario mundial sería al propio tiempo la preponderancia de nuestra teoría sobre la de Proudhon, etc.” Se trata, pues, en sentido eminente, de una actitud política. Por consiguiente, debe considerarse consecuente el hecho de que poco después Engels, en una polémica contra Proudhon (“Sobre la cuestión de la vivienda”), lo califique de puro diletante, ignorante y perplejo frente a la economía, que predica y se lamenta “allí donde nosotros demostramos”. Además, presenta claramente a Proudhon como utopista: el “mejor mundo” que él construye, queda “aplastado en capullo por el pie del desarrollo industrial en su avance…” (“Caminos de Utopía” de Martín Buber, ver Bibliografía)
A posteriori, Kropotkin retoma desde su perspectiva la obra de Proudhon y de Bakunin. Reivindica la organización medioeval (tanto de las ciudades como de los talleres de producción) como la forma más apropiada para el desarrollo en libertad de los individuos evitando de esta manera el punto básico en discusión entre socialistas utópicos y marxistas. Es remarcable también en la obra de Kropotkin la investigación acerca de la moral desde un punto de vista científico a partir de Kant y Darwin. Tan importante es la influencia de Kropotkin en Quiroule que algunas frases de éste pueden reconocerse casi textualmente en la Ciudad Anarquista Americana.
Como decíamos más arriba, en el marco imaginario de esta novela, la Revolución había triunfado en nuestro país implementando un estado de bienestar total, siendo entonces responsabilidad del nuevo-Nuevo Mundo liberar al Viejo Continente del yugo esclavizador. No nos sorprende que esto haya sido soñado por uno de los anarquistas europeos contenidos dentro de la gran ola migratoria que desde fines de SXIX hasta principios de SXX llegó masivamente a echar raíces o en menor número sólo de paso para “hacer La América” y volver a sus tierras de origen. En todos los individuos de esa gran masa, consciente o inconscientemente subyacía la esperanza del retorno al lugar de nacimiento, aunque no lo hubiesen llevado al terreno de los actos. También ocurrió lo propio con los anarquistas inmigrantes quienes con su visión universalista lucharon en los primeros gremios locales en tanto habitantes definitivos de estas tierras o bien obteniendo dinero “fácil” en América para así poder realizar la ansiada revolución en su tierra natal (p.ej. Enrico Malatesta).
No nos proponemos escribir aquí un ensayo sobre el anarquismo en Argentina (recomendamos profundizar a través de los trabajos que han publicado entre otros Juan Suriano, Christian Ferrer y Osvaldo Bayer), aunque corresponde citar brevemente que como resultado de una gran simplificación (intencional) en los medios masivos se ha vinculado a los anarquistas sólo con la crónica de las acciones más sonadas (atentados terroristas reales), pero no debe dejar de reconocerse también que por su característica intrínseca no constituyeron un bloque único y la gran mayoría de ellos no participó directamente de los atentados sino del decisivo impulso inicial a la organización de los reclamos de los trabajadores (mediante la formación de los primeros gremios argentinos), de la implementación de las entrañables bibliotecas populares, centros asistenciales y participativos de todo tipo, alimentando una corriente comunitaria ascendente (desde las bases) abiertamente contrapuesta al “mainstream” (derrame descendente) que por aquellos tiempos con cuentagotas y a su antojo administraba una burguesía agropecuaria anglófila aferrada al poder, omnipresente en la producción cultural y en el mármol.
Un dato trascendente es que uno de las primeras asociaciones de trabajadores fue un importante sindicato anarquista (Federación Obrera Regional Argentina – FORA). Según dice Christian Ferrer en “Cabezas de tormenta”: “...Hacia 1910, la policía calculaba que había entre 5000 y 6000 fieles a “las ideas” en la Argentina. Esa cantidad de anarquistas organizados era altísima. En la mayor parte del mundo, apenas un puñado de partidarios y simpatizantes – la mayoría, inmigrantes o viajeros- activaba intermitentemente, mantenía alguna correspondencia con centros emisores de ideas, se involucraba en huelgas, o bien editaba alguna publicación”…”la historia de los anarquistas es la historia de las experiencias migratorias.”… Todas esas individualidades eran como “células” de un “tejido” internacional (y sigue diciendo Ferrer): “… Al comienzo no eran más que un puñado de personas diseminadas por Europa alrededor de varios padres fundadores cuyas obras nutrirían su patrística: Bakunin, Proudhon, Kropotkin, Malatesta; luego serían cientos los “apóstoles de la idea” que la dispersarían por ultramar…””…más tarde llegarían los organizadores de sindicatos y huelgas: ceneteros, foristas, wooblies, y junto a ellos los indómitos y los “indisciplinados”, casi siempre fuera de la ley y sólo atentos al cristo de sus convicciones…””…Y sin embargo siempre fueron pocos, una especie en peligro de extinción, aves fénix. La flora y fauna anarquista es el fruto y cría de una evolución plástica, cuyas mutaciones se combinaron entre sí o se enrocaron con otras ideas y prácticas entre 1850 y la actualidad. La migración anarquista fue un proceso exitoso aunque caprichoso, al igual que los desplazamientos de un caballo por el tablero de ajedrez…””…Y no fueron solamente sus actos impulsivos y sus personalidades irreductibles la causa del halo luciferino que les fuera endilgado; también lo fue el hecho de pretender derribar al pétreo dios de la jerarquía, al que distintas sociedades han padecido o resistido a lo largo del tiempo pero al que nunca fueron capaces de imaginar acéfalo, excepto en las utopías felices…” (“Ave Fénix” de Christian Ferrer, ver Bibliografía)
Las fuerzas de seguridad de los países del Viejo Continente coordinaron su accionar con sus colegas de América a los efectos de actuar en forma conjunta. Los pasos de algunos activistas venidos al Nuevo Mundo (como Enrico Malatesta por ejemplo) fueron seguidos de cerca a través de acciones de inteligencia. Según se comenta en el libro “Entre el Fuego y la Rosa” de Hugo Mancuso y Armando Minguzzi:… “La información requerida por el Ministerio del Interior de Roma se refiere a la posibilidad de que los anarquistas residentes en Buenos Aires organizaran una expedición armada contra Italia, chance que el ministro veía muy lejana. El mismo Mazzini se había empeñado en formar colonias de italianos en el exterior, mayoritariamente entre los exiliados políticos, que pudieran ser utilizadas oportunamente para derrocar violetamente a los diferentes reinos de la península e instalar su tan anhelada república. Bajo esta dimensión, en la cual se forma la clase dirigente italiana en el transcurso del SXIX, es más entendible el temor que suscitaba una eventual expedición armada, al mando de Malatesta, desde la Argentina hacia Italia”…
La represión a las primeras expresiones de la clase trabajadora fue muy sangrienta (la Semana Trágica por ejemplo), así como también los atentados terroristas que se produjeron como respuesta a la misma en ambas márgenes del Río de La Plata, Buenos Aires y Montevideo.
Así como en el resto del Mundo, las ideas anarquistas no prosperaron en Argentina como algunos hubieran deseado. Fueron el germen innegable de las conquistas sociales que luego lograron implementar otras corrientes políticas, de un gran número de núcleos de participación, algunos de los cuales aún hoy funcionan, el continente de una abrumadora cantidad de bibliografía y material gráfico que puede encontrarse en algunos centros de investigación o en los cajones y baúles abandonados de las casas de los abuelos y bisabuelos inmigrantes.
La sociedad dista mucho actualmente de los ideales libertarios individuales, o de los esfuerzos colectivos de las agrupaciones de trabajadores que en pretéritos tiempos convocaron multitudes. Pero sin embargo debemos rescatar su aporte. ”… De no haber existido anarquistas, nuestra imaginación política sería más escuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre a “cuentagotas”, la “idea” sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos…” (“Cabezas de Tormenta”, Christian Ferrer, ver Bibliografía).
La mayoría de las motivaciones que inspiraron a los anarquistas y entre ellos a Pierre Quiroule siguen aún vigentes, lo que refuerza el carácter referencial de sus ideas.